martes, 1 de agosto de 2006

El amor verdadero

Un sabio maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes estudiantes universitarios que se declaraban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación de pareja cuando ésta se apaga ya, en lugar de entrar en la hueca monotonía del matrimonio.


El maestro les escuchó con atención, y después compartió con ellos su testimonio personal:

--“Mis padres vivieron cincuenta y cinco años casados. Una mañana mi mamá, cuando bajaba las escaleras de la casa para preparar el desayuno a papá, sufrió un infarto fulminante y se cayó escaleras abajo. Mi padre logró alcanzarla, la levantó como pudo y casi arrastras la subió a la camioneta de casa. A toda velocidad mi papá condujo hasta el hospital, mientras su corazón de esposo se destrozaba en profunda agonía.
Cuando llegó al hospital, por desgracia, mi mamá ya había fallecido. Durante el sepelio mi padre no habló ni palabra; su mirada estaba perdida en el infinito. Casi ni lloró.
Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un clima de dolor y de nostalgia recordamos hermosas anécdotas familiares, gratos recuerdos del pasado. Papá pidió a mi hermano sacerdote que dijera algunas reflexiones sobre la muerte y la eternidad. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte.

Mi padre escuchaba con gran atención. Pero de pronto pidió: “Llévenme al cementerio”.
-Papá, --respondimos-- ¡Son las 11 de la noche! ¡No podemos ir al cementerio ahora! Es mejor que descansemos”.
Él entonces alzó la voz y con una mirada llorosa nos rogó: “No discutan conmigo, por favor; no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su querida esposa durante cincuenta y cinco años”.

Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos entonces mismo al cementerio. Pedimos permiso al custodio y, guiados por una linterna, llegamos hasta la tumba de mamá. Allí mi padre acarició pausadamente la lápida, oró silenciosamente, y se dirigió a nosotros, sus hijos, que presenciábamos la escena profundamente conmovidos. Nos dijo:
“Fueron cincuenta y cinco buenos años... ¿Saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene la experiencia de lo que es compartir la vida con una mujer así, como mamá”.
Hizo una pausa, se limpió las lágrimas de la cara y continuó diciendo:

-“Ella y yo estuvimos juntos en todo. Alegrías y penas. Cuando nacieron ustedes, cuando me echaron de mi trabajo, cuando ustedes enfermaban... Siempre estuvimos juntos. Compartimos la alegría de verles a ustedes, nuestros hijos, terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de los hospitales, nos apoyamos mutuamente en el dolor, nos abrazamos en nuestras alegrías y supimos también perdonarnos nuestras faltas y defectos. Hijos míos, ahora ella se ha ido y... a pesar del dolor que desgarra mi corazón, estoy contento. ¿Saben por qué? Porque se fue antes que yo; no tuvo que vivir ella la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso. Y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que ella sufriera de esa manera”

Cuando mi padre acabó de hablar, mis hermanos y yo teníamos los ojos anegados en lágrimas que resbalaban por nuestro rostro. Entonces lo abrazamos con todo cariño y él nos consoló diciendo:

-“Todo está bien, hijos míos. Podemos volver a casa. Ha sido un buen día”.
“Esa noche comprendí lo que es el verdadero amor --continuó diciendo al grupo de jóvenes el maestro--. El verdadero amor dista mucho del fácil romanticismo y poco tiene que ver con el vacío erotismo. El verdadero amor es más bien una comunión de corazones, que es posible porque somos imágenes de Dios. Es una alianza que va mucho más allá de los sentidos y que es capaz de sufrir y renunciar a cualquier cosa por el otro a quien se ama.”

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no supieron debatir con él. Ese tipo de amor les sobrepasaba en grande. Pero, aunque no tuviesen la valentía de aceptarlo de inmediato, pudieron presentir que estaban ante el amor verdadero. El maestro les había dado la lección más importante de sus vidas.

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