martes, 1 de agosto de 2006

Carta de Buenafuente del Sistal


Al empezar, el camino está jalonado de frondosos pinares, que hoy gritan el dolor de toda la comarca, al haber sufrido un devastador incendio provocado. Después, se abre a un valle de mieses en verano y de siembras en otoño. En primavera se asemeja a los prados de las regiones montañosas. Uno de los momentos más fascinantes para cruzar estos caminos de monte y sementeras es cuando ha terminado el labrador su trabajo de arar y de entregar su semilla de trigo a la tierra... Me sugiere el amor de desposorio que canta la Biblia , y recuerdo las palabras del profeta:

No se dirá de ti jamás “Abandonada”,
ni de tu tierra se dirá jamás “Desolada”,
sino que a ti se te llamará “Mi Complacencia”,
y a tu tierra “Desposada”.
Porque Yahvé se complacerá en ti,
y tu tierra será desposada. (Is 62,4)

¡Como alegra una parcela recién cultivada y, en cambio, cómo entristece una heredad yerma, sin nadie que le entregue su trabajo ni le ofrezca la esperanza de la semilla!

En mi tierra cárdena,
de rostro sombrío y de adorno austera.
Cuando la labran, sangra.
Amada por labriego que en ella cree,
guarda en silencio la semilla,
que después será tallo y luego espiga.

El rito de lo sucedido.
Las manos del labrador
echaron el grano sobre mesana.

Mientras la mirada espera,
que en tempero crece
y en los hielos mengua.

A esta tierra, aunque parezca estéril
alguien la ama como esposa.
El frío la hace enjuta,
quemada por el viento,
mas en sus entrañas guarda la frescura.
Son sus gentes el mayor tesoro,
encinas añosas que ofrecen gratis
la sombra recia de su sabiduría;
quien a ella se acoge
se acompaña de ancianos responsables.

Los campanarios riegan los caminos.
Las estrellas lucen más claras.
Los patriarcas se atreven a mirar
sin miedo el muro de la muerte.

Es una jornada en la que caminamos de uno en uno, como una serpiente humana, en el intento de vivir la experiencia de soledad y la memoria del Éxodo. Escuela que permite saber si puede más el miedo, la quiebra, la huida o la confianza. Frente a la sensación de vacío interior se pierden todas las seguridades.

Dios tiene especial predilección por llevarnos de la mano hasta el enclave árido, al centro del desierto, donde nada ni nadie permanecen como compañeros. Sólo Él, que se deja sentir al mismo tiempo terrible y fascinante, es capaz de llenar las latitudes del abismo y colmar nuestras ansias de relación.

A lo largo de la andadura, según se avanza, acude la sensación de cansancio. La mente, con apariencia de sinceridad, puede dictar escepticismo ante el agotamiento. Nuestra naturaleza se resiste al encuentro que intuye exigente. La posible impotencia suscita en la memoria el discurso del desánimo. Se resiste a creer que las situaciones adversas, las caídas y desesperanzas puedan resolverse de manera favorable e en sí mismas. Al Tentador le interesa desacreditar la capacidad de reacción para destruir la confianza. Es el momento de atravesar toda resistencia e inercia con el apoyo de las huellas de quienes nos han precedido en el mismo camino.

En medio del círculo de montañas, bajo las paredes rocosas, donde anidan las rapaces, en lo hondo del seno de los valles, surge espontáneamente esta oración:


Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra.
Hiciste al hombre poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies.
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano para darle poder? Sal. 8

Si te has atrevido a penetrar en el monte, al mismo tiempo que admiras la belleza de cada criatura, puedes entonar un himno de alabanza. Es el momento precioso para saberte hechura de Dios en medio de la bondad de la naturaleza.

Contempla esta tierra entre siena y ocre. Los surcos recién trazados te exponen la frescura de los campos y te lanzan la pregunta más directa sobre la creación, que, a fin de cuentas, es nuestra historia en las manos divinas. Mira los labrantíos. Ensancha los límites el ángulo de tu visión hasta verte como vasija en manos del alfarero.

La arcilla debe ser extraída de la tierra y, una vez seca, cernida. Después se conserva en un lugar húmedo hasta el momento en que el artesano la toma y sobre el torno, con su fuerza y su arte, le imprime una forma útil y estética. Mientras el barro está en las manos del alfarero, es posible recrear la pieza aun en el caso de que se rompa o se arpe. No siempre se puede llevar a término el diseño prefijado; se debe contar con lo modelable de la arcilla. En el momento de darle forma, si se ve un resultado deficiente, cabe la esperanza de un nuevo proyecto. A veces, ante la dificultad, el artista crea una figura más atrevida. Gracias a su ingenio y destreza, da lugar a mayor expresión de su sabiduría.

Dios, dice el libro del Génesis, tomó barro de la tierra y formó al hombre a su imagen y semejanza. Tú y yo hemos sido y somos un proyecto en las manos divinas. Es imposible que de su torno salgamos como vasijas irreversibles, como seres despreciables. El Creador, por su misericordia, rehace, si es preciso, nuestra materia y es capaz de superar toda dificultad.

No debemos quedar nostálgicos del ayer, sino fascinados por la fuerza de Jesucristo en su poder contra el mal. Hemos sido creados por Dios. No estamos arrojados a un destino insalvable. Jesús nos libra y nos haces capaces, en una perfección humana, de un seguimiento del proyecto que Él tiene para cada uno de nosotros.

Cada ser mantiene en su esencia la bondad de su Hacedor. No hay persona humana que no tenga el sello y la garantía de ser criatura divina, título que debiera ser suficiente para obtener al menos nuestra confianza.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria
sus maravillas a todas las naciones (Sal 96, 1-3)

Cantad, aclamad, gritad al júbilo, salmodiad (Sal 98)


En el camino, la oración queda enriquecida por la naturaleza limpia y atractiva. Detente un momento, haz un alto en tu afán de llegar a la meta; también Jesús se sentó sobre el brocal del pozo en Samaria para hablar con la samaritana. Ya sé que no es permitido mirar hacia atrás en el transcurso del camino. Levanta tus ojos y mira tu entorno; encinas añosas, sabinares centenarios, pinos laricios y carrascos, pequeños enebros, marojos, robles de color cobrizo mezclados con requejos, bojs, zarzas, helechos y musgos, arbustos que pueblan el monte y te dejan gustar la sensación del primer hombre en medio del jardín.

En el suelo crecen el tomillo, la ajedrea, los espliegos y aligares, líquenes y musgos en torno a los macizos de boj que, cuando corre la brisa y aun en medio de la llovizna perfuman con su aroma el ambiente. Margaritas silvestres, pequeñas florecillas, violetas, pueblan el soto de la creación. El hombre fue colocado en ella por Dios y recibió la tarea de poner nombre a las cosas.

Lo primero que hacen un padre y una madre cuando van a tener un hijo es pensar, o quizá ya lo habían decidido, el nombre con el que van a llamar durante toda su vida al fruto de su amor; será un nombre que evocará para siempre una mutua entrega, una intuición, un regalo de la Providencia.

Mientras caminas, ejerce la vocación sagrada de llamar por su nombre a los distintos seres, así, al tiempo de ir nombrándolos y conociéndolos, los amarás entrañablemente.

En ese tiempo se oyen voces que denuncian el deterioro de la naturaleza y reclaman el respeto a todas las especies y al paisaje. Quizá ignoran la causa de su grito, la perspectiva del porqué de su protesta. En toda persona permanece la llamada más noble a cuidar el universo. Conserva el eco del mandato de tu Creador. Trabaja y domina la tierra, nombra a las cosas. Cómo me duele el deterioro medioambiental, la suciedad por residuos abandonados sin muestra de respeto por el entorno, ostentoso desprecio de lo sagrado. A pesar de ello, no es bueno ir juzgando durante la travesía del camino a los que maltratan el paisaje. Es mejor, como los tres jóvenes en Babilonia, elevar la bendición y el reconocimiento al tiempo de penetrar en la espesura del bosque, al cruzar la frondosidad del valle. Los campos de mieses, el fresquedal, incluso la estepa y el yermo, hasta en la jornada de aridez y sol de plano se suman en himno polifónico. Al ritmo de las pisadas y en la contemplación de cuanto sale a tu paso, va diciendo:

Encinares bendecid al Señor.
Sabinas, bendecid al Señor.
Tomillos bendecid al Señor.
Piedras bendecid al Señor.
Pequeñas hierbecillas bendecid al Señor.
Todo lo que germina en la tierra, bendiga al Señor.


Así realizas tu identidad sacerdotal. Todos los bautizados tenemos la vocación de elevar, gracias a nuestra inteligencia iluminada por la fe, la alabanza, por la que las cosas llegan a tener una relación consciente y amorosa con su Creador. Coge la tierra con sus frutos, con su vegetación, y haz la ofrenda de los ojos abiertos, de los oídos sensibles ante el Señor. Presta tu adoración ante el cielo, en medio de las montañas, al tomar un sorbo de agua de fuente.

Caminaré en presencia del Señor.

Si no contemplas las maravillas del universo ni confiesas a tu Creador, vivirás violento, en constante competitividad con tu entorno. Es el momento de la tentación: ¿Por qué no hacer una torre que llegue hasta el cielo? . Prácticamente es la misma sugerencia que asaltó a Adán en el jardín “¿Por qué no como del árbol prohibido y así seré como Dios?”. Ensimismado e independiente, utilizas la naturaleza de forma que, en vez de servirte de ella para confesar a su Autor, te confunde. Los afanes, las envidias, los celos, las intrigas te fragmentan, pulverizan tu esperanza. Surge la contienda y el enfrentamiento con Dios.

Babel, con los hombres dividiéndose en una falta de inteligencia, debería alertarnos del riesgo empobrecedor.

El que cuida la creación en el nombre del Señor hace de ella una mesa grande en la que suman los dones y los bienes de la tierra, un banquete de hospitalidad, como el que dispuso Abrahán en medio de un encinar cuando más calor hacía. La tierra se convierte, entonces, en la mesa donde hospedar al peregrino, y no en un espacio inhóspito, violento, donde no cabe el extraño, el extranjero, el que es desconocido. Abraham nos enseña que aquel que pasa a nuestro lado es el Señor y, con aquello que tenemos a mano, con esta creación le hospedamos, le acogemos, hacemos posible incluso que nos bendiga. La hospitalidad vuelve hecha bendición sobre quien la ofrece.

La Naturaleza nos permite expresar lo Indecible. Es un privilegio no tener necesidad de imaginar, porque vemos los montes y la espesura, el germinar de la hierbecilla, sentimos el frescor del agua de la fuente y la compañía fascinante de montes y valles. Los arbustos, recios testigos, que sufren las terribles heladas, como fruto de austeridad se penetran de aroma y, en gratitud, la esparcen después por los caminos. Coge, si quieres, una mata de espliego, de tomillo o de romero, frótala con las manos y después acerca el rostro a las palmas. Es el aroma del jardín primero.

La presencia del árbol atraviesa toda la Historia de la Salvación. Su sombra se extiende desde Adán a Jesucristo. Al principio todo acontece en torno a un árbol. Noé construyó el arca de madera. Después del diluvio, la paloma trajo una rama de olivo. Moisés fabricó el arca en donde se guardaban las tablas de la Ley con madera de acacia. Abraham hospedó a tres ángeles junto a una encina. Mirtos, acacias, olivos, cipreses, alerces, olmos, cimamomos son citados en la visión del profeta... Granados, cedros, viñedos son evocados para hablar del amor, de la santidad del justo, del pueblo de Israel. La tierra de la promesa se presenta abundante en trigo, en vino y en aceite, bendición de la Providencia divina. La sombra de los árboles huye se prolonga en la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Si en un árbol fuimos vencidos en un árbol fuimos salvados.

El camino sin árboles se hace insoportable en el estío. Cómo se agradecen en el verano los trechos cubiertos por la sombra. El justo es como un árbol plantado al borde la acequia. Da fruto en tiempo de sequía.

El camino que venimos siguiendo remonta collados, divisamos nuevos horizontes, huertos, recintos empedrados donde hombre y naturaleza son a modo de imagen bíblica uno sólo.

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