lunes, 15 de enero de 2007

El gran silencio (Juan María Laboa)


Así se llama un esplendido documental que está siendo visto y sentido en Europa con recogimiento. No tiene sonido y no cuenta con actores. Son los cartujos de la Gran Cartuja de Grenoble que nos permite entrar en su vida, con sencillez y naturalidad.
El tema que se desprende de la pantalla es el grito del profeta: “Me sedujiste Señor y yo me dejé seducir”. Es el testimonio puro, la vida en función de Dios omnipresente, el encuentro gozoso, el desarrollo amoroso, en la salud y en la enfermedad, en el rigor invernal y en la luminosidad de la primavera.
Brilla con espontaneidad creativa y libre una vida que podría temerse rutinaria y aburrida. En la única conversación de toda la película, de medio minuto, durante el paseo semanal, se oye la voz de un cartujo que se pregunta por qué se lavan las manos ritualmente si ya las tiene limpias. “Siempre se me olvida ensuciarlas para que el rito tenga sentido”, se responde con sorna y alegría.
Hace unos días se han publicado las respuestas a una encuesta del BBV a los jóvenes españoles. La Iglesia es para ellos la institución peor valorada. ¿Qué estamos haciendo con nuestra Iglesia? ¿En qué la estamos convirtiendo? ¿Demostramos que estamos seducidos por Dios o debemos confesar que no esperamos nada?
¿Sería políticamente incorrecto proclamar un año jubilar del gran silencio, sin documentos, sin portavoces, sin comunicadores, sin papamóviles? Un año en el que viviéramos simplemente tal como nos pide Cristo y como nos exige nuestro amor a Dios y a los hermanos.
Se trata de escuchar, de nuevo, a la Sabiduría: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó…”

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