lunes, 12 de noviembre de 2007

Un cubo de agua fría


Los tailandeses expulsan a las personas indeseables echándoles cubos de agua encima. Tal vez nos parezca que, por lo menos, es menos violento que el lanzar piedras, pero lo cierto es que el dolor que una persona siente por ser despreciada por otros, de ser tratada como un animal, marca profundamente. Ésa es la marca que se puede ver en los ojos de dos hermanos gemelos de unos 8 años. Cuando murió su madre fueron expulsados del pueblo echándoles calderos de agua. Cada cubo de agua estaba mezclado por el odio y la repulsa de los vecinos de estos niños. Y es que estos dos pequeños no sólo se habían quedado huérfanos, sino que estaban marcados por el estigma del SIDA. La realidad es que para esta clase de gente, al igual que en muchas partes de Occidente y en ciertos sectores, no hay sitio en la sociedad. Deben de ser apartados y recluidos.No hay muchas salidas para un niño tailandés enfermo de SIDA cuando sus padres han muerto de esta enfermedad. Hay ocasiones en las que la familia, generalmente la abuela, se hacen cargo de él, pero no siempre es así. Por eso es fácil verles vagando de pueblo en pueblo en busca de algo para comer y un lugar para refugiarse del monzón. En otras ocasiones son encontrados por la policía robando algo que les ayude a sobrevivir. Y es que la carga que han de soportar es demasiado pesada para unos cuerpos tan pequeños: niños, huérfanos y enfermos. El desprecio, el maltrato y el abuso acentúan las llagas producidas por un mundo que no les quiere y que lo único que desea es que mueran pronto para que no "contagien" a nadie. ¿Qué salida, pues, les queda a estas víctimas inocentes? La verdad es que no muchas, pero siempre hay alguna. Hay ocasiones en las que la propia familia, generalmente las abuelas, asumen el cuidado de estos niños, pero entonces el problema se convierte en cómo asumir el cuidado, no sólo de un niño, sino de un niño enfermo de SIDA, con lo que conlleva de gastos sanitarios. En estos casos hay una pequeña red de sacerdotes y religiosas que colaboran con una ayuda económica que alivie la situación y no provoque mucho desequilibrio en la difícil economía familiar. Pero cuando no hay familiar cercano que se haga cargo, la esperanza para estos niños es menor. Entonces pueden dar con alguno de los pocos centros, como en el que se encuentran las Misioneras de la Caridad (las de la Madre Teresa de Calcuta), en el que hay 22 niños y niñas de tres a catorce años. Allí podrías encontrar a Khuan, un niñito que cada poco tiempo está ingresado en el hospital y que se acerca al P. Fermín buscando cobijo y cariño cerca de él mientras le tira de los pelillos del brazo porque nunca había visto nada así a nadie. Es un hogar donde los cubos de agua del desprecio, del abuso o del maltrato tratan de ser sanados con las cálidas aguas del amor, del servicio y de la cercanía de las personas que día a día luchan y apuestan por la vida de estos pequeños.

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